🔊 Tienes la versión de audio de esta entrada, locutada por mí, aquí; súmate gratis para escucharme 🎧
[ En esta ocasión adelanto mis planes de escribir el Boletín porque el jueves, mi fecha límite autoimpuesta, ya habrá vacaciones escolares, y preveo que no me va a dar la vida. Ojalá no tenga que actualizar nada. ]
Esta es la semana 17 del curso, es decir, contando desde septiembre que, como todo el mundo sabe, es cuando empieza el año, ¿o no? Sea como sea, es momento de hacer balance, porque lo que manda por encima de todo es el calendario escolar.
El de este año ha sido el primer primer trimestre, el comienzo del primer curso reglado de muchísimos que vendrán… y todavía no me hago a la idea de que haya salido todo tan bien. Si en estos días estamos celebrando el Sol Invictus, siento también que invictos hemos salido nosotros estos meses trepidantes (de nuevo, semana a semana) y revolucionarios en tantos sentidos: coles nuevos, separaciones vitales, experiencias fundamentales, burocracias implacables… y más o menos todo lo hemos ido superando con poco más que mocos e, incluso, de buen ánimo, a pesar del cansancio tremendo y de que vayan a decir las notas lo que digan. Sólo falta, claro, llegar sin contagiarnos en este par de días; eso será la estrellita en lo alto de nuestro árbol.
[ como me temía, debo actualizar: seguimos sin contagiarnos, pero tenemos noticia de un par de contagios de contactos de contactos, así que el cerco se estrecha… ]

Hemos visto cómo se acortaban nuestras tardes de jugar fuera, cómo las luces de casa debían encenderse mucho antes de lo que pedía el cuerpo, hemos pasado de desayunar con luz natural a llegar de noche al cole, cada día un poco más. Todo esto pasa factura en el ánimo, claro, para los que somos conscientes de ello y para los que lo sienten sin saber de qué se trata. Desde donde os escribo nos llegamos a quedar con 9 horas y 17 minutos de luz, el sol sale a las 8:34 y se pone a las 17:52; mis condolencias a los de otras latitudes. Así que nos aferramos a cada rayo de luz del que disponemos, adornamos la casa con luces festivas pero amables y acogedoras (bendito led), a pesar de la factura de la luz y del nudo en la garganta por la Cañada Real… y merendamos más dulce del que deberíamos, porque bastante tenemos ya. Si no fuera todo así, por qué íbamos a reconocer como propio algo tan impronunciable como el hygge.
Pero este descenso a la oscuridad ya se acaba: por fin, en esta semana de solsticio, el sol renacerá y hará todo un poco más amable y llevadero, minuto a minuto, y será ya algo apreciable el próximo 10 de enero cuando volvamos a madrugar por obligación y poner en marcha toda la maquinaria. Cómo no celebrar este cambio, este resistir, con el nombre que cada uno quiera darle.
Uno de los recordatorios de fotos del pasado, de los que atacan cuando menos lo esperas, me ha dicho que hace siete años, siete, estaba yo en Roma. Sin ese calor sofocante, con relativamente pocos turistas (aunque sudamos para conseguir mesa y probar la Carbonara de Donna Teresa); no puedo recomendar más esta fecha para visitarla. Y no me he resistido a repasar esas fotos que hice, cuando incluso tenía el tiempo y las ganas de editarlas (según las modas del momento, que ya empiezan a cantar) y, algunas de ellas, publicarlas en mi Instagram de entonces. Aquí está el siempre sobrecogedor Templo de Saturno, en el Foro, con su resistir como pocos, donde precisamente se celebraban las esperadas Saturnales en estos días.
Esa relajación de las normas durante los festejos es lo que nos espera, a nuestra escala, durante estas casi tres semanas, tres. Esperemos descansar (yo, en muchos sentidos, haré todo lo contrario), hacer y disfrutar de cosas diferentes y aprender también a soltar un poco nuestras rutinas, a ver qué tal se nos da. Los compromisos sociales están ahora especialmente, ehm, comprometidos, así que serán una prueba extra para todos que tendremos que analizar, llegado el momento, si compensan o no [ actualizo de nuevo: hemos cancelado ya algunos planes en vista de cómo vuelve a estar todo ]. Lo mismito son todos estos planes y anticipaciones que cuando hacíamos la maleta horas antes de coger el avión, sin que, por ejemplo, el estado de los adoquines del destino ocupara el más mínimo rincón de pensamiento; Roma, diría yo, es regular para carritos, pero tampoco me paré a pensarlo entonces, claro.
🥖 Cómo como
Con tanto exceso delante esta semana es difícil elegir, pero reconozcamos que pocas cosas traen tanta alegría como una buena patata frita. Cuando probé las Bonilla a la vista ya conocía su historia, su tremendo éxito nada menos que en Korea, sus apariciones tanto en la película ganadora del Oscar como en uno de los recientes clásicos infantiles que tenemos por las estanterías... Las expectativas estaban por las nubes.
En casa no solemos tomar aperitivos, entre otras cosas, porque no nos da la vida, así que, cuando lo hacemos, lo hacemos bien. Claro que son caras, pero nos compensa. No hay una patata mala en toda la lata, tienen menos sal (y lo agradezco) y el aceite de oliva y la patata gallega le dan un amarillo de estrella de navidad. Su textura y su crujido me resultan tan satisfactorios que tengo que convencerme de que no merece la pena tenerlas siempre en casa, sino que es mejor reservarlas para ocasiones especiales (son genialmente regalables); creo que queda claro que es por responsabilidad, no por falta de entusiasmo.
No me da para más esta semana y hay que ahorrar energía para lo que viene. A cuidarse, a cuidar y a disfrutar. Salud.