🔊 Si lo prefieres, tienes aquí la versión audio de este boletín, leído por mí.
----------------
Quiero otro café. Sería el segundo de hoy. Los nervios de las prisas de por la mañana ya se han disipado y, sin ellos, mi cuerpo comprende que se puede relajar… y pide que le dé las horas de sueño que le debo. Obviamente, eso no va a pasar, así que tengo la opción de prepararme efectivamente ese segundo café del día o aguantar el tirón, sin ninguna garantía de que esta noche vaya a ser mejor que la de hoy. Dilemas.

Me encanta su sabor, su olor, el ritual de prepararlo, de usar mi taza favorita cada mañana, de hacer otra cafetera para las visitas mientras charlamos en la cocina, me gusta que esté calentito si hace frío, tomármelo a la temperatura adecuada, que me alcance durante todo el desayuno, o todo el postre… Me hacen gracia los memes sobre el café y la cafeína, hasta que veo que si acaba siendo como una necesidad fisiológica más que indica que algún problema hay detrás si es que de verdad no podemos vivir sin ello.
Hoy es el primer día después de un puente largo y estamos todos, grandes y pequeños, algo desubicados. Y mañana es viernes otra vez, así que cuando queramos encontrar nuestra rutina será momento de romperla de nuevo. Las rutinas son importantes para todos, pero más en la infancia, y más todavía en nuestra familia. Igual que en tantas otras cosas, estamos siempre buscando ese precario equilibrio entre encontrarnos a gusto en ellas, pero sin aburrirnos, y buscar actividades nuevas que estimulen (a veces, premeditadamente, que incomoden un poco, para ir construyendo esa tolerancia al malestar, me temo que necesaria) pero no sobreexciten tanto que luego no podamos aterrizar. Así que hoy mi cabeza me pide a gritos ese segundo café.
No es el momento de mi vida en que más café tomo, ni mucho menos. Llegué a estar en tres diarios fijos (el del desayuno, el de llegar a la oficina, el de después de comer). He tenido síndrome de abstinencia cuando no lo he podido tomar. Solamente lo dejé cuando quise quedarme embarazada (se puede tomar si no es demasiado, pero encontré una cafetería que servía un descafeinado que me gustaba, pasé un mono serio de tres días y decidí que me lo podía permitir) y casi desde las primeras semanas del segundo (esta vez me sentía taquicardias, quién sabe si por el café o la pandemia), aunque siempre volví a este uno diario que mantengo ahora aproximadamente un mes después de que naciera cada bebé. Y en este punto me quiero quedar. Intento depender de lo menos posible (no fumo, no bebo, no tomo azúcar como rutina), aunque disfrute mucho del café. Estoy a la búsqueda de un descafeinado que me dé este placer del ritual, acepto sugerencias.
Soy consciente de que, con todas nuestras particularidades, soy una afortunada: tanto ElMayor como LaPequeña han dormido siempre razonablemente bien. Aunque para inexpertos diré que eso no significa, en modo alguno, dormir del tirón. El que se inventó la expresión (este masculino no es genérico, es una suposición convencida) de “dormir como un bebé” como equivalente a “dormir plácidamente, toda la noche, en paz, sin interrupciones cada menos de dos horas ni para comer, ni cagar ni buscar el contacto humano; sin estallar en un llanto estrepitoso en mitad de la noche sin motivo aparente o proferir toda clase de sonidos inexplicables” obviamente no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Sí, la privación del sueño es considerado un método de tortura por razones más que evidentes, quien lo probó lo sabe.
Incluso en esas tremendas primeras semanas, con el hambre atroz que (me) da la lactancia, con el instinto de supervivencia fluyendo por mis poros, sí, yo también llegué a la conclusión de que, cuando se me daba la posibilidad, prefería intentar dormir antes que cualquier otra cosa.
Recuerdo la estupefacción de un amigo al que le explicaba someramente los requisitos necesarios para colechar con un bebé de forma segura y sus dudas del tipo: “¿no te da miedo darte la vuelta, mientras duermes, y hacerle daño?” Querido, no recuerdo la última noche que me giré en la cama a voluntad, sin darme cuenta y sin tener en la cabeza el mapa de todos los elementos, textiles y respirantes, de la cama, y en este caso “no recuerdo” significa que hace mucho tiempo (más tiempo de la edad de ElMayor; dormir embarazada es otra historia), y no que se me haya borrado de la memoria por la falta de sueño, como tantos otros detalles últimamente.
En mi añorado grupo de posparto de mi Centro de Salud (clausurado desde la pandemia, es decir, inexistente en mi segundo parto) una de las madres dijo algo que recuerdo a flor de piel. Hago un inciso antes para recomendar encarecidamente participar en estos grupos, cuando vuelvan: yo no tuve ningún problema serio y, aun así, me resultó un salvavidas en esas primeras semanas de las que tengo recuerdos como a flashes. Bueno, pues esta madre, a la que no recuerdo ni sabría decir quién es, dijo: “ninguna dejaríamos a nuestro hijo durante el día con alguien que supiéramos que no ha dormido esa noche, y así nos pasamos nosotras… meses”. Y, por supuesto, sintiéndonos mal porque hay días en los que no hemos sido capaces de hacer “nada más” que mantener viva y razonablemente aseada a esa pequeña bola de carne que tenemos pegada al cuerpo. Y no son pocas las situaciones que no mejoran cuando la baja de la madre se termina, por supuesto.
Recuerdo esa visión túnel cuando, antes de todo, alguna vez ya avanzaba la madrugada y yo seguía en algún bar, fuera de mis costumbres habituales. Recuerdo verme casi desde fuera, a veces sorprendida por algo que acababa de decir sin haberlo pensado tan a conciencia como acostumbraba antes de abrir la boca. Recuerdo la sensación de agobio cuando me metía en la cama, programaba el despertador y veía que esa noche dormiría “sólo seis horas”. Recuerdo mi andar torpe, ese sentir cada paso en mi cabeza al caminar la mañana siguiente. Ay, amiga. Qué pensarías al verte vivir constantemente así. Durante años.
Además, el día que, sin esperarlo (y sin saber por qué, claro), la noche es algo más relajada, generalmente porque enlazo varias horas seguidas de sueño ininterrumpido (he descubierto empíricamente que esto es muchísimo más beneficioso que estar en la cama más tiempo, con esos criminales pequeños despertares constantes), mi cuerpo no se recupera mágicamente de los excesos pasados, sino que ese día me regala un abatimiento mayor, físico y mental, porque pierde esa sensación de alerta permanente que activa al saberse vulnerable por estar tan cansado. No hay forma de ganar.
Ya he hablado de mi pérdida de memoria (el corto plazo lo he llegado a tener frito (recuerdo con pavor querer entender lo que me decían enfermeras y pediatras en neonatos y no retener nada); sufro (yo y mis alrededores) irritabilidad por supuesto, pérdida de peso también (estoy pulverizando mi récord en mi vida adulta), falta de concentración, dificultad para emplear oraciones subordinadas, para atender a dos cosas a la vez… Y, lo dicho, yo no he salido especialmente mal parada; sumo entre mis ventajas que, salvo enfermedad, tanto uno como la otra “comprendieron” casi desde el principio que la noche es para dormir, que colechamos sin complejos, que incluso en sus noches de no parar de comer no he tenido que levantarme a preparar ni un biberón... Soy una afortunada y lo digo en serio.

Hoy no voy a tomarme el segundo café. Como tantas otras cosas, la cafeína crea tolerancia y debo darme margen de poder tomar otra taza los días que lo necesito más que hoy, porque vendrán, y que me haga efecto. Por supuesto, si no lo tomo a lo largo de la mañana, o después de comer como muy tarde, ya pierdo mi oportunidad, porque de lo contrario sigo con la cafeína en el cuerpo hasta pasada mi hora de intentar meterme en la cama y dormir… y no puedo arriesgarme de esa manera. Hoy es día de aguantar el tirón, pues. Sí, soy consciente de que sueno como una adicta, por qué será.
He escrito todo esto sin pensarlo demasiado, no sé muy bien a qué conclusión quería llegar hoy. A que, a pesar de todo, el mundo sigue girando, supongo.
🏡 Cosas de mi casa
Ya enseñé mi cafetera, aunque desmontada. Es esta, pero en rojo. Sin alardes, fácil de limpiar. Quería subir un poco el nivel de mi café por la mañana, ya que es casi mi único vicio, pero de momento no me convencen esas grandes cafeteras tan grandes y caras, no sé si me compensan… así que en lo que sí he invertido es en el café, más concretamente, en molerlo yo en casa. Podría hacerlo cada día, pero no es nada práctico en nuestro remolino matutino, y con una vez en la semana (el domingo, el día en que intento pedirme de premio a la semana desayunar sola) consigo ya una gran mejora, además de que me encanta el olor que deja en la cocina.
Tras mucho investigar me decanté por este molinillo, el Triest de Klarstein, del que os dejo con su imagen promocional (con la recomendación, sin embargo, de guardar el café en grano en recipientes opacos):
🥖 Cómo como
No tomo azúcar habitualmente, ni siquiera en el café, pero eso no significa que no me gusten los dulces o que no los tome de vez en cuando (y a veces, como en este puente, bastante más que de vez en cuando). Casi todo lo que tienen en La Ermita me resulta delicioso, desde su fabada a los yogures, pasando por los sobaos, pero hoy traigo algo más en la línea cafetera que llevamos hoy. Este flan de café, igual que su primo el de queso, es uno de esos pequeños grandes placeres que hacen la vida un poco mejor. Lo tomaré hoy de postre, va por ustedes.
🙂 Un momento que me gusta
Soy jugadora ocasional de Animal Crossing New Horizons y sí, me da una paz tremenda ir a la cafetería del museo a tomarme una taza de café. Ahora comprendo las ganas de que tenían los jugadores de las entregas previas de que incorporaran en la nueva actualización esta opción.
📖 Algo para leer
Algo que forma parte de mi rutina de cada mañana que ya he nombrado por aquí: la newsletter Al Día de Eldiario.es que recibo en mi bandeja de entrada. Juanlu Sánchez, subdirector de El Diario y quien suele remitir el boletín, anima a “agarrar un café” antes de empezar a leerle, consciente de que hace mucha falta para enfrentarse a según qué días.
Esto es todo por hoy. Nos vamos leyendo.
Salud.