Estoy esperando a que la Comunidad de Madrid publique oficialmente el calendario escolar del curso 2023/20241. En cuanto tenga calendarizado todo lo que ello conlleva, podré empezar a encajar todo lo demás.
En ese “todo lo demás” entra, por ejemplo, todo el contenido informativo y/o cultural que recibo, que “consumo”, y todo el que emito yo como, por ejemplo, este Boletín que lees con menos periodicidad de lo que quisiera.
Hoy he podido dormir un poco más (y, sobre todo, un poco más de seguido), así que me da la cabeza para pensar y preguntarme cosas que vayan un poco más allá de la pura supervivencia... aunque sea para zambullirme, sin solución de continuidad, en un debate casi existencialista. Vamos allá.
Rescato algunas de las reflexiones que escuché hace algunas semanas entre Mer Zubi y Bea Gaspar en el último Bocados de Creatividad sobre el tedio, la quemazón que produce ahora la “creación de contenidos” (con perdón, añado yo), ya sea como publicidad propia de bienes o servicios, o por el propio disfrute que se acaba pervirtiendo (un melón para otro día). El lugar de encuentro y descubrimiento que era antes, por ejemplo, Instagram, es ahora un devorador de horas, atención y, sí, “contenido” que, por más pensamiento y dedicación que se haya puesto en algo, lo traduce en obsoleto a los pocos minutos de publicarse. Y ni siquiera me meto a hablar del algoritmo que chantajea cada vez con más estupideces y lo único que consigue es una estandarización de lo que muestra porque es lo que “funciona”.

Esto es desolador claramente para los emisores (los que llenan de interés y, por tanto, de sentido) a todas estas plataformas, pero también para quienes mayoritariamente las recibimos. Nuestra corteza prefrontal se nos atrofia y buscamos más y más, ya no para disfrutar sino para aturdirnos. Y buscar esto es comprensible, ojo, viendo la vida que llevamos la mayoría; quién no quiere huir, como sea, aunque sea de vez en cuando.
Aquí venía un párrafo que venía a decir más o menos esto, pero me lo acabo de encontrar mejor escrito de lo que habría conseguido yo:
Pero es que resulta tremendamente difícil escapar de esta dinámica. El mundo editorial parece ahogarse (y ahogarnos a todos) también en su espiral de publicaciones, promociones y ferias en las que casi podría comerciarse con el papel al peso. O, por otro lado, incluso quienes permanecían al margen de subidas y bajadas de las redes sociales dominantes de los últimos lustros, como Reddit, se acabarán yendo también al carajo porque, supongo, priman el tercer yate de quien sea antes de tener mínimamente cómodos a aquella gente que, sin que a ellos les cueste un dólar, dota de algo que merezca ser leído a esas estanterías vacías que quieren ahora sacar a Bolsa.
Esta forma de consumo de lo que nos satisface (también del consumo de cuerpos en las aplicaciones para ligar, pero por suerte de esta guerra me he librado, así que lo nombro de oídas) se acaba acelerando, acumulando, amontonando, ya sea en la necesidad que se nos crea de estar al tanto de “lo último” como, una vez consumido, olvidarlo rápidamente sin dejarnos apenas huella para dejar espacio a lo siguiente. Y esto, obviamente conocido por los productores, se traduce en sus resultados, llegando a esta Edad del Plástico de Hollywood. Apenas nada trasciende, las carteleras se llenan de secuelas que arriesgan lo mínimo. En televisión, con esta saturación que han traído las plataformas, la fragmentación de las audiencias que por fin se produjo tras llevar lustros anunciándose ha traído por suerte temáticas y representaciones que permanecían invisibles cuando solamente había mainstream… pero incluso esas cuotas de minorías (que bienvenidas sean, en cualquier caso) llegan como una variable más para el algoritmo, inflando bibliotecas inabarcables de productos fotocopiados.
He comprendido íntimamente la necesidad, por ejemplo, de un calendario litúrgico en las religiones, que nos lleve a lo largo del año de un punto a otro con un mínimo de sentido, en que se diferencien unas experiencias de otras. Comprendo que otros se aferren, por qué no, al calendario de la Liga de Fútbol, con unas emociones aseguradas a lo largo de los meses, con un objetivo al que aspirar, que doten de un mínimo de narrativa, de significado, con suerte de épica, al paso del tiempo. De un modo similar, Eurovisión y alrededores, o las entregas de premios de cine, música o televisión. Ya no se trata solamente resaltar lo mejor del año (hay tanto que debatir en esto) sino toda esa tensión que se va generando a lo largo de los meses, ese relato por capítulos de victorias y traiciones (cuanto más “contenido” generan, más parece diluirse su importancia) hasta llegar a un clímax más o menos satisfactorio… que se resume en media mañana de memes para, en seguida, empezar a preparar la edición del año que viene.
¿Esto ha sido siempre así o yo lo estoy viendo ahora que se me acumulan también los años y distingo ya claramente el patrón? Soy consciente de que muchas de las cosas que amamos íntimamente (en mi caso, el cine, la televisión, la literatura) nunca habrían salido adelante, aunque se perdieran verdaderas obras de arte, si no se tratara de una industria tremendamente rentable, pero ¿acaso este capitalismo salvaje, del siempre más, ha llegado ahora a un punto absurdo de autocombustión o es que soy yo más consciente del proceso? O quizás es que ya, de tanto planificar y sistematizar para pensar menos (calendarios de consumo, calendarios de publicación) he acabado sacando todo de quicio; no descartemos esto tampoco.
Me dejo la segunda parte de esta reflexión para otra semana, no quiero abusar. Siento si te dejo con mal sabor de boca, pero creo que hay esperanza, a pesar de todo.
Salud. Y cosas bonitas. Y tiempo para ti.
De él dependerá el 90% de mi vida y mis horas propias de los próximos meses. Cuando lo tenga podré ir colocando las celebraciones, ocasiones y proyectos que permanecen invariables de año en año. También aquellos quehaceres semestrales (generalmente asociados al otoño y a la primavera y a tareas de la casa) e iré fijando esos objetivos a los que pretendo aspirar en cada trimestre (trimestre escolar, no fiscal, se entiende). Previsiones y revisiones mensuales que intento sistematizar todavía sin un éxito estable hasta llegar a las rutinas semanales, en parte todavía en el aire, hasta que sepamos los horarios definitivos de las extraescolares de ElMayor y LaPequeña. Finalmente, apuntar, para ser consciente, aquellas pequeñas acciones, pequeños o grandes hábitos que, por acción u omisión, son los que acaban construyendo los días y haciendo de mí lo que pretendo ser. Por supuesto, idealmente todo este trabajo lo tendré listo antes de que acabe este mismo curso, aún en su semana 41 de 52.