📺 #56 – Instrucciones para enseñar y aprender a ver la tele
Cómo disfrutamos en familia del ocio audiovisual
Piensa en la televisión que veías con cinco años. O con diez. Piensa en esa película que, sin duda, viste antes de tiempo. Esa otra que seguiste viendo aunque, en teoría, ya no era para gente de tu edad. Las que, cuando ves la televisión lineal –¿sigue existiendo? Quizás en casa de algún familiar mayor–, te quedas hasta que termine, aunque te sepas cada detalle, cada entonación de cada frase… incluso aunque sea con esa cantinela tan falsa de los dobladores, o quizás precisamente por ella. ¿Qué importancia crees que ha tenido esto en tu vida? Yo creo que bastante.
Como tantas otras cosas, ver la tele es algo cotidiano y, ya que lo vamos a hacer, hagámoslo bien. Aquí te contaba mi experiencia a lo largo de los años disfrutando de la televisión. Hoy te cuento cómo lo estoy haciendo con mis hijos hasta ahora.
Antes de empezar a leer
· PUNTO NÚMERO UNO. Cada uno en su casa hace lo que quiere.
· PUNTO NÚMERO DOS. Sobrevivir es un objetivo loable: hay semanas que es lo máximo a lo que podemos aspirar, y está bien.
· PUNTO NÚMERO TRES. Te cuento mi opinión y lo que intento hacer yo en mi casa y te argumento por qué lo hago así, dentro de mi parecer, nuestras preferencias y circunstancias; no pongo en juicio lo que hagas tú. No puedo enfatizar más lo a favor que estoy de dejar a los demás en paz.
· PUNTO NÚMERO CUATRO. Yo misma me tengo que comer mis palabras alguna vez, porque véase el Punto Número Dos.
· PUNTO NÚMERO CINCO. Hasta el momento, prácticamente todo lo que han visto tanto ElMayor como LaPequeña ha pasado por mi filtro previo –Kynódontas alert, lo sé; no me avergüenzo–. Soy consciente de que no siempre va a ser así, pero esto me ha permitido ver cómo van reaccionando a lo que yo sé que les he mostrado.
Mi gran preocupación: el exceso de estímulos
Estoy segura de que lo notas en primera persona. A mí me pasa y desde hace unos años lucho activamente para protegerme del exceso de información –mensajes, imágenes, sonidos… necesidades, obligaciones, preocupaciones– que recibimos, voluntaria o involuntariamente, cada día. Qué decirte ahora, que se viene el Black Friday. Pero yo quiero ser tan dueña de mi atención como me sea posible. Y quiero que los peques –ElMayor, 6 años y medio, autista; LaPequeña 4 años, no autista– estén lo menos expuestos a este bombardeo cerebral todo el tiempo que puedan.
Porque es asombroso lo rápido que se nos acostumbra el cerebro a tener un montón de actividad, haciendo que, después de un tiempo a este ritmo, algo pausado nos aburra. No tengo dudas de que cuando ellos necesiten seguir esa velocidad se pondrán al día, pero quiero que experimenten todo lo que puedan la vida analógica, pausada y consciente, que tengan cierta tolerancia a las esperas –qué dificilísimo esto–, porque sé en mis propias carnes que luego es muy difícil desprogramarse para volver atrás.
Y sé que esto no durará siempre, pero creo que tener estos años lo más calmados posible en este sentido es uno de los mejores regalos que les puedo hacer, casi tanto como la costumbre comer fruta siempre de postre o decir “gracias” y “por favor”.
Por eso, cuando vemos la tele, vemos la tele. Y lo disfrutamos. Sé que en muchas casas es tradición tenerla “de fondo”, pero eso es algo a lo que me he negado siempre para mí, y con más razón ahora para ellos. Así que ese rato tratamos de que sea para ver con toda la atención, ya sea algo novedoso o algo más “de batalla”, para cuando ya la cabeza no da más de sí y nos queremos relajar.
En esta línea, quizás sería importante empezar diciendo que la recomendación pediátrica más generalizada es que lo mejor que se puede ver en la tele antes de los dos años es, idealmente, nada. Con ElMayor lo cumplimos bastante bien; con LaPequeña, ni de broma. Punto Número Dos, yo te invoco.
Antes de ver la tele
Normalmente, en días de diario, el rato de ocio audiovisual está reservado a esa hora al final de la tarde en la que ya están –y estamos– cansados, les cuesta entretenerse y jugar… y la cena se tiene que ir preparando y, oh, sorpresa, no se hace sola. En fines de semana puede haber otro rato después de comer, en un intento de tener un rato de siesta algo más relajado… pero que rara vez sirve para que nadie duerma, desde hace meses.
Tenemos la gran suerte de contar con un espacio diferente para ver la tele que no es donde jugamos, pintamos o leemos habitualmente. Es decir, cuando decidimos que ha llegado el momento de ver algo, nos vamos físicamente a otro lugar. De este modo esa gran pantalla no es una tentación constante, no hay que pelear por quererla poner y tener que decir que no.
Antes de enchufar nada, queda claro cuándo se va a terminar el rato de tele: normalmente, cuando la cena está lista. Y algo que no se nos puede olvidar es avisar de cuál será el último capítulo que veremos. Cortar uno por la mitad es una crueldad innecesaria –a cualquiera nos sentaría fatal– y siempre es mejor adelantarnos a las expectativas. Pero aquí volveremos más adelante.
La hora tope para estímulos audiovisuales es esa hora de la cena, que bastantes problemas de sueño tenemos ya como para encima crear malos hábitos en este tema.
Cómo vemos la tele
Sigo empleando la expresión “ver la tele” por costumbre, pero la verdad es que ha quedado mecánicamente tan desfasado como otras del tipo “tirar de la cadena”. No, en casa no vemos nada de lo que se esté emitiendo en directo. Los horarios son nuestros y no vamos a salir corriendo porque sea hora de lo que toque en la programación, que bastante corremos ya normalmente.
Además de proteger nuestro tiempo, protegemos nuestra atención, así que huir de los anuncios es un imperativo por múltiples motivos. De hecho, cuando estamos de vacaciones y sí ponemos la tele “normal”, su primera sorpresa es que “ponen lo que ponen” y no se puede elegir y, la segunda, ese mundo frenético y ruidoso que es la publicidad… donde, además, se anuncian juguetes imposibles y galletas sabrosísimas. Por suerte, va todo tan rápido que, cuando quieren enterarse de qué les están contando en cada anuncio, las vacaciones empiezan a terminarse. Al menos, así ha sido hasta ahora. ¿Cuánto nos queda de habitar esta burbuja?
De modo que en casa tenemos un servicio de televisión a la carta que empieza cuando nosotros decidimos, sin que se invada nuestra atención con nada que no hayamos elegido y donde, por supuesto, elegimos en concreto qué vamos a disfrutar a continuación. Eso de “a ver qué echan” lo hemos desterrado desde siempre.
Aquí llega otra enseñanza, y es que no a todos nos apetece ver lo mismo, así que hay que aprender a que cada uno elige, por turnos, una serie, un corto o un capítulo concreto; ese turno debe ser respetado, ver lo que ha elegido el otro y esperar a que termine para elegir lo siguiente. Por supuesto, la picardía de LaPequeña funciona a toda máquina y empieza a soltar, mientras su herano se esfuerza por verbalizar lo que quiere, “yo creo que le apetece ‘esta cosa que en realidad quiero ver yo’”. A esto también hay que aprender, claro.
Me he referido a cortos o capítulos, porque hasta hace no mucho no han tenido la capacidad suficiente como para disfrutar de una película entera. Y no hay ningún problema con esto.
Qué ver cuando vemos la tele
Llegamos a la cuestión principal. El catálogo audiovisual es, a efectos prácticos de una vida humana, infinito. Y el catálogo de series y películas infantiles adecuados para cada edad, seguramente también: en el caso hipotético de que alguien de cinco años solamente viera las series recomendadas para cinco años –ya veremos que esto no tiene sentido–, llegaría a los ocho sin haberlas terminado.
Lo que quiero decir con esto –además de que, obviamente, no hay que verlo todo– es que hay muchísimo donde elegir, incluso aunque no busquemos más allá de lo nuevo, que suele ser lo más accesible. Y la conclusión que sacamos de aquí es que podemos elegir lo mejor, lo más adecuado, lo que más les guste… y estas tres categorías no tienen por qué superponerse, por supuesto.
Esta es la idea fundamental de todo esto que te cuento hoy: no hay ninguna necesidad de ver cosas antes de tiempo. Y no me refiero solamente a lo que claramente no sea apropiado para su edad, o mejor dicho, su conocimiento del mundo, su madurez o su sensibilidad. No todo lo que venga calificado para “todos los públicos” tenemos que verlo sin juzgar; a mí no me vale con que, simplemente, no se mate a nadie de forma escabrosa –tema aparte es el criterio que prefiere armas a palabrotas o, gasp, sexo, pero ya llegaremos a esto dentro de un tiempo–, yo quiero que comprendan lo que ocurre, aunque sea a grandes rasgos, la acción física sea comprensible, les emocione y les divierta. Quiero que cuando vean algo estén preparados para disfrutarlo.
Entiendo que antes no había tanto para que los niños nos entretuviéramos y entraba de todo en ese saco, pero ahora, de nuevo, hay muchísimo que ver, y algunas cosas realmente buenas. Sí, tan buenas o más que lo que veíamos nosotros. ¿Por qué dejarles sin ver algo genial pero que solo tiene sentido a ciertas edades? Porque otro problema viene cuando, si nos acostumbramos a ver cosas “de mayores”, lo entendamos o no, luego algo más calmado nos sabe a poquísimo. Y ya no se puede disfrutar de ello, hemos quemado esa etapa. Y, es más, cuando llega la edad a la que eso se puede disfrutar a lo grande, estamos ya más que aburridos de ello.
Tengo la suerte de asistir con mis propios ojos a su proceso de aprendizaje de un (otro) lenguaje: la narrativa audiovisual. Partiendo de un universo vacío como el escenario blanco de Pocoyó, mientras acompañamos a los personajes –reconocibles, de colores primarios, sin apenas palabras, con una voz en off que nos explica sus intenciones, que nos formula preguntas y nos invita a participar– se va llenando de elementos que pueden ser un interior o un exterior sin más distracciones, donde hay cosas que se ven y otras que no se ven, donde cada personaje tiene una personalidad diferente y quiere unas cosas determinadas. En cada capítulo de siete minutos hay un planteamiento, un nudo y un desenlace; pero cada uno es una aventura, tiene su particularidad. No demos nada por sentado: es la primera vez que los peques ven algo así, tienen que aprenderlo TODO.
[ Hablaremos más de esto otro día porque me resulta apasionante. ]
Si además en tu casa hay un peque con una habilidad desmesurada por los idiomas y un oído extraordinario, tienes el plus de que te sale hablando inglés como Stephen Fry, viva él.
Por supuesto que comprendo, porque yo también lo siento, las ganas de compartir con los peques eso de lo que nosotros disfrutamos tantísimo. Pienso a escondidas cuándo llegará el momento de ver con ellos Star Wars, E.T., Parque Jurásico o, cielos, Alien. Pero no me cabe duda de que para gozar a lo grande con Los Vengadores es mejor haber pasado antes por los PJ Masks o, no te rías, los SuperKitties (”¡Miau, no veo nada! ¡Hay demasiada purpurina!”).
También, sorpresa, se puede saber quién es Spiderman sin haber visto una película de 150 minutos de acción incesante, o cantar a pleno pulmón como Elsa mucho antes de inyectarnos tropos Disney directos al cerebelo, porque vemos las canciones sin pasar por el resto de la película. Igual que cantamos y bailamos claqué en los charcos aunque el resto de los números musicales solo los hemos visto de pasada. De nuevo: tenemos a nuestro alcance el poder de ver casi cualquier cosa en cualquier momento, podemos ir exactamente al minuto más relevante.
En resumen: que va a haber tiempo para todo, que hay cosas chulísimas para casi cualquier edad. Disfrutemos, y dejemos que disfruten, de cada etapa.
Ah, iba a dar algo por sentado. Hay muchas series activamente feministas –con planteamientos tan radicales como que las chicas no siempre vistan de rosa, no sean siempre las salvadas o, guau, tengan más características que ser “la chica” del grupo, si es que la hay… o que los chicos también piden ayuda, a veces sienten miedo o se preocupan y cuidan de los demás–, y otras que, sin ser siquiera conscientes –y por eso hay que tener más cuidado– siguen patrones que hemos dejado atrás hace tiempo. No me parece una cuestión menor para tener en cuenta para este público que está formando su forma de ver el mundo y su propia identidad, nada menos. Lo que ocurra o escuchen en la calle no lo podemos controlar, pero sí darles herramientas para que lo procesen.
Mientras vemos la tele
Esta sección me ha crecido tanto que, si te interesa, la voy a dejar también para desarrollarla en otro Boletín.
Después de ver la tele
El momento de desconectar siempre es peliagudo. A nadie le apetece una llantina anunciada, así que hemos ido buscando estrategias para hacerlo menos desagradable. Y el cansancio del final de la tarde puede hacer estragos, además. Por suerte, se van notando sus aprendizajes y su progresiva madurez, menos mal.
Como dije antes, en el momento de poner el último capítulo nos es muy útil avisar claramente de que de verdad va a ser el último capítulo, sin regateos ni limosnas. Incluso, cuando tras el clímax del capítulo están ya recogiendo trama, volvemos a avisar de que “se va a acabar y luego vamos a cenar”. Esto, que es imprescindible para todo con un peque autista, a los demás les viene genial también. Puede haber pena o enfado –comprensibles–, pero al menos no hay cortocircuitos. Probablemente dentro de un tiempo esto no haga falta, pero sin duda nos ha sido fundamental estos años.
Luego, idealmente, comentamos lo que hemos visto, hacemos y contestamos preguntas… pero la mayor parte de las veces estamos ya pensando en terminar el día, la verdad.
Para terminar
Si tienes interés en tener a mano mis recomendaciones para estos grupos de edad –que irá creciendo a la vez que ellos–, de forma un poco más estructurada que lo que suelo ir dejando en la Sección Peques de Lo Mejor de (mi), escríbeme y vemos cómo lo puedo ir haciendo.
Si quieres recomendarme algo también, me encantará escucharte.
¡Salud!
Boletín Revuelto se publica cada dos jueves. Puedes suscribirte aquí en Substack.
También puedes seguirme en mi Patreon, donde comparto algunas cosas más –y, si te apetece, te dejo que me invites a un café–, para agradecer tu apoyo mi trabajo.
Gracias siempre por leerme.
Me encanta 😊 Nosotros en casa intentamos seguir alguno de los pasos... Sobre todo avisar cuando va a ser el último capítulo y comentar lo visto. Es precioso ver cómo ha ido evolucionando los comentarios sobre lo que ve.😊