“I am HOPE”, respondió Morpheus ante la destrucción del universo, ante la entropía infinita. Así venció en su duelo contra Lucifer1.
Hace un par de semanas pinté un escenario muy poco alentador en muchos terrenos y, aunque lo que pretendo contar ahora ni invalida nada de aquello ni creo que cambie la opinión de nadie, ni siquiera la mía, sí me parece que puede dar un matiz que haga que, sin duda, merezca la pena seguir en esta vorágine.
Aquí vienen unas instrucciones, que intento aplicarme a mí misma, sin ningún orden concreto, para sobrevivir a la marabunta del presente audiovisual, cultural en general y, por qué no, vital.
debo convencerme íntimamente de que “las obras que tengo pendientes” no son deberes en el mal sentido de la palabra, sino historias que aún estoy a tiempo de disfrutar, que tengo la suerte de no conocer aún. Me sé la teoría, pero se me olvida.
a veces esas historias llegan a nosotros en el que da la impresión de que es el momento perfecto y de pronto todo encaja. No es magia, como veremos más adelante, pero lo parece. Y es genial.
no tengo que verlo ni leerlo todo. Es más, noticia: no voy a poder verlo ni leerlo todo. Es hora de empezar a asumirlo, aunque no me entre en la cabeza.
tengo que dejar de pensar, para mí misma y para los demás, en tono de reproche ese “pero ¿de verdad no has visto esto?”. Basta, no tenemos 18 años en la Facultad de Audiovisuales ni tenemos que impresionar a nadie todo el tiempo. Relee el punto primero de la lista.
siendo compatible con lo anterior: los clásicos casi siempre lo son por algo. Démosles un hueco en nuestra parrilla personal y, aunque no comiencen siendo lo más cómodo de disfrutar, seguro que la mayoría merecerán la pena. Y si no, por lo menos, hemos sacado a nuestra cabeza de las estructuras de siempre, y ese trabajo es ejercicio del bueno para mantenernos en forma.
basta de placeres culpables. Disfruta sin complejos de lo que te haga disfrutar. Y punto. Yo estoy pagando mis deudas con el pop, por ejemplo, porque durante mucho tiempo me creí demasiado intelectual como para rebajarme a escuchar ciertas cosas. Todos tenemos un pasado.
dedica cinco, diez minutos a pensar mínimamente en lo que acabas de ver, leer o escuchar antes de pasar a lo siguiente de la lista. Puede que a veces no haya mucho que sacar, pero otras seguro que sí y, en esa pequeña reflexión, al poner en palabras algunas sensaciones (elaborar un relato sobre lo sentido, lo ocurrido), muchas veces ocurre la magia, las ideas atraviesan la superficie y llegan los aprendizajes sobre el arte o la vida; seguramente alguien haya pasado muchas horas pensando en lo que te acaba de mostrar, así que seguro que hay matices que pasaron desapercibidos en un primer momento.
en la línea de lo anterior: vivan los clubs de lectura. Aunque a veces falles, aunque llegues por la mínima a los plazos… si das con gente con mentes preferiblemente poco afines a la tuya, resulta sorprendente (y enriquecedor, claro) la cantidad de evidencias que pasaste por alto y que, viceversa, puedes presentarles tú. De nuevo, poner en palabras lo que asumiste al leer sin darle importancia, dándole ahora un sentido consciente, para mí es una alegría cada vez.
por supuesto, que el club de lectura lo guíe alguien en cuyo criterio confíes ciegamente, y si el abanico de propuestas a lo largo del año es variado desde todas las perspectivas posibles, te ha tocado la lotería. Como a mí.
date el gusto de releer lo que gozaste, de volver a ver lo que te apetezca. Aunque parezca que “desperdicias” ese hueco en la cartelera que podría ser usado para quitar algo de la “pila”. Esto va de disfrutar, que se nos olvida.
sigue de lo anterior: las buenas obras nos reflejan a lo largo de los años rasgos de nuestra vida, nuestra experiencia, y es tremendamente enriquecedor ir sumando capas de significado a esos relatos… y que ellos nos sumen capas a nosotros para comprender mejor, saborear y ensanchar nuestra existencia. Nada menos.
un tópico que siento totalmente cierto: vivir ciertas cosas con niños transforma completamente la experiencia, hablando de añadir capas. Goza a su lado si puedes, recupera, aunque sea en segunda persona, esa emoción pura y sin filtros.
tangencialmente relacionado: romantiza las estaciones. Por supuesto, esto con el cole es, literalmente, una fiesta. Lo explica perfectamente Carmen Pacheco en una de sus certeras Flechas y yo añado que las acompañes de tus obras favoritas según la ocasión (a mí me gusta sentir el frío helador de Fargo cuando me cuezo de calor en las siestas de verano o ver Jungla de Cristal en Navidad):
Romantizar las estaciones es una fuente de felicidad interminable. Crisis climática mediante, la llegada de las estaciones es tan inexorable como el paso del tiempo. Puedes ignorarlas o puedes odiarlas, pero también puedes convertirlas en un generador de alegría gratuita que te dure de por vida. En los últimos años se ha reivindicado la importancia de volver a prestarles atención: nos conectan con nuestro entorno y nos hacen sentir parte del ciclo vital y bla, bla. No hace falta ponerse en plan druida si esa óptica no nos seduce. Solo hay que dejar atrás prejuicios anteriores (odiar la Navidad o el verano puede ser ya parte de tu identidad, ¿pero te renta?) y analizar de manera consciente qué cosas de cada estación nos gustan. Os aseguro que es posible disfrutar de todas. Incluso las partes más difíciles del año, como estos meses de enero y febrero que solo le gustan a la gente que esquía, se pueden salvar pensando en la estación que está por venir. ¿No habéis visto ya los almendros en flor?
por último: a veces está bien no hacer nada. No estar produciendo nada, no estar consumiendo nada, no hacer nada de provecho, lavar los platos sin aprovechar para, mientras, aprender sobre la Revolución Rusa. Nos merecemos algo de silencio de vez en cuando.
En general se trata, creo, de parar un momento y darle un significado a lo que nos vamos encontrando, rescatar lo interesante para comprender mejor lo demás. Para mí es fundamental ir elaborando ese relato que, aunque sea artificialmente (así lo creo yo, aunque hay quien no), dote de un sentido a lo que vivimos y hacemos. Por eso necesito escribir, supongo, casi tanto como respirar; para que cada pulso, cada inspiración, me vaya llevando de un punto al siguiente de la vida. Y sentir la esperanza de que la historia que voy construyendo, con lo que está en mi poder y con lo que no, resulta mínimamente interesante, enriquecedora y, en fin, merece la pena.
Y con esto, el primer día del verano, con solsticio incluido (el sol salió a las 6:45 y se pondrá a las 21:48, acaba el curso para mí. No quiere decir que vengan las vacaciones, sobre todo si por vacaciones seguimos entendiendo ese tiempo brumoso de letargo lleno de melocotón en la vista, olfato y gusto, sonido amortiguado de hielos y sensaciones placenteras en general. Me esperan unos meses de rutinas al carajo y escenarios imprevistos, con lo que eso supone en esta familia, así que tomaré aire y fuerzas y, probablemente, nos veremos al otro lado, ya en septiembre.
Salud.
Esto ocurre en The Sandman, la novela gráfica de Neil Gaiman. Yo no la he leído, pero he visto la adaptación que hizo Netflix. Y no pasa nada.