Hoy toca un cliché, ya lo siento, y más en estos círculos nuestros de teístas y cafetistas, alabando rituales y bondades en general –que adoro–, pero estarás de acuerdo conmigo en que, si seguimos hablando de ello, es porque es un “me gusta” muy poderoso.
Porque, efectivamente, me gusta tomarme mi café de la mañana sola y en silencio. Y no ha sido nada fácil conseguirlo.
Para llegar a este momento tengo que haberme convencido de levantarme un poco antes, es decir, desplazar el placer inmediato de mi escasa almohada para conseguir un placer superior más tarde que ni siquiera tengo garantizado. Solamente conseguir esto, en temporadas de pura supervivencia, es ciencia-ficción.
Después llego a un espacio hasta ahora inerte –con permiso de las hormigas en verano–, oscuro, frío, uno que parece otro, porque el resto del tiempo esta cocina es el corazón de la casa. Como yo siempre quise, por cierto: esto también es algo que he logrado con el día a día y me felicito por ello.
Y viene ahora una danza de pasos forzosamente amortiguados –cualquier ruido súbito puede despertar a los demás y echarlo todo a perder– en la que abro armarios y cajones, sacando tazas y boles que han ido encontrando su lugar más conveniente para que este baile fluya mejor, sincronizando procesos para tener preparados varias modalidades de desayuno diferentes, calculando tiempos y temperaturas en diferido, despertando poco a poco los olores de la mañana.
Cualquier sibarita diría que pone su cafetera con el grano recién molido, cuyo olor lo inunda todo, y lo entiendo, pero yo lo preparo la tarde anterior, porque no me voy a arriesgar a moler ahora el café, con el ruido que hace. Me parece un compromiso aceptable para este momento de la vida.
Los tímidos pitiditos de la placa de inducción recuerdan a una nave espacial que hibernaba y a la que le llega su momento de volver a la acción. Desactivo el microondas en el último segundo de su cuenta atrás, antes de que suene demasiado. Cada uno tendrá su bebida, la fruta siempre disponible, el pan de ayer para las tostadas de hoy, que a estas horas no sé si es metáfora de algo o simplemente la vida.
Pongo en marcha la maquinaria de la casa y la familia que la habita mientras todos los demás siguen durmiendo.
Tras este vals en soledad y silencio, me siento y respiro, sintiendo esta calma tensa del ojo del huracán, aunque intento muy conscientemente que sea algo más relajada. Cuando a esta hora empieza a amanecer y las persianas ya están arriba, miro por la ventana, pero en estas semanas sigue todo oscuro. Quizás ahora debería repasar lo que me espera en el día, pero lo que hago es leer a mis innegociables de cada mañana antes de que todo empiece a moverse, ajeno a mi control. ¿Será este el escalafón más alto en el sistema de castas de quien escribe?, ¿que no te dejen sin leer ni una sola mañana? Sinceramente lo veo un honor.
Con suerte, me he tomado mi café sin interrupciones ni palabras, ni mucho menos levantarme entre tragos, como ocurriría sin duda si lo hiciera apenas quince minutos después, y dentro de esa ventana de temperatura en la que al comienzo tengo que soplarlo para no quemarme y, al final, no ha llegado a enfriarse tanto que me resulte desagradable.
La luz, en este momento, ya no tiene nada que ver con la que me recibió al llegar. Ya está el día preparado para los demás. Suena su despertador. Showtime. Su porridge los recibirá fundiéndose con el plátano y las tostadas están en camino. Y yo, sí, con el café dentro de mí.
Llegar a representar este baile cada mañana es fruto de muchos años de supervivencias, negociaciones y carreras contrarreloj. Todavía no es algo que tenga asegurado, pero ya no es tan excepcional y no quiero darlo por supuesto ni olvidarme de cómo eran las cosas hasta hace no demasiado. Sé que soñaba con empezar las mañanas saboreando un café tranquilo y no con un corazón a punto de salírseme por la boca. Tiempo después, lo he conseguido.
Cada martes cuento cosas que me gustan. No se trata de olvidarme de lo menos agradable y conformarme, sino que busco un relato de mi vida algo más luminoso.
Si te apetece, aquí te espero.
Otras cosas que me gustan:
Es un texto precioso Elena :). Aquí un "cafetista" que aún no ha conseguido tomarse un café solo y tranquilo, a primera hora de la mañana, desde hace años... Tengo que preguntarte por tus técnicas ninja para llegar a la cocina sin ser detectada jajaja. Ahora en serio, enhorabuena por los cambios que estas consiguiendo, son el resultado de hacer bien las cosas (es mi opinión). Un abrazo enorme