No nos engañemos: la palabra clave aquí es “después”.
Porque antes de ponerme a hacer ejercicio casi nunca tengo ganas. Me pasaba cuando empecé y me sigue pasando ahora. Hace demasiado frío, o demasiado calor, o he dormido fatal, me duele algo, o tengo la regla, o mil cosas que hacer. Y, casi seguro, estoy de un humor de perros por una combinación de cualesquiera de los anteriores elementos. Y todo eso es verdad. El secreto está en que el ejercicio, lejos de empeorar cualquiera de estas situaciones, va a darle la vuelta a mi día. Aunque yo no me lo crea.
No vengo a convencerte de nada. Tú sabes cuándo llegará tu momento, si llega alguna vez. Y sé que, si haces ejercicio regularmente, tampoco tengo que explicarte nada.
Pero es que realmente es una sensación que me gusta. Mucho. Y de cosas que me gustan hablo los martes.
Como digo, me cambia el humor, me hace sentirme fuerte –y esto para mi maltrecha autoestima ha sido fundamental–, a medio plazo noto su efecto en mi estado físico; a largo plazo, su efecto en mi apariencia. Y esto último es la guinda, porque con todas las demás ganancias ya me ha conquistado antes. Pero se agradece, claro; no estamos para no aferrarnos a lo que se pueda.
Justo después, al estirar, no hay día que no piense que debería hacer esto más a menudo. Después, podría definir mi estado anímico casi siempre como “alegría”. Y no es poca cosa, aunque sea cuestión de unos minutos. Juro que, incluso empapada en sudor, me veo más guapa que al empezar –pruébalo y hazte fotos antes y después; yo las tengo, aunque no te las vaya a enseñar, tendrás que creerme–. Me apetece mucho menos comer guarrerías y, como remate, pienso todo con más claridad, como si se me hubiesen aireado las ideas, como si se me hubiese ventilado la cabeza.
Para terminar, si me permites. Viva el entrenamiento de fuerza. Ese de levantar pesas y hacer flexiones y demás. Ese que, a lo largo de toda la vida, nos han dicho que no era para nosotras. Era mentira. El cardio, la elíptica y la zumba están muy bien, pero nos ha faltado la fuerza siempre. Para nuestros músculos, para nuestros huesos, para nuestro cerebro. Si temes hipermuscularte, no te preocupes, que no lo vas a hacer a menos que le pongas mucho empeño.
Empecé a hacer entrenamiento de fuerza semanalmente hace tres años y medio, cuando no sabía ni por dónde me venía el aire. He usado a LaPequeña de bebé como pesa para distintos ejercicios, porque no permitía separarse de mí. He pasado épocas de perderme contando mentalmente hasta doce repeticiones porque no me daba la cabeza para más. No me habría creído lo que he llegado a hacer, o a levantar. Tengo clarísimo que sin esto mi vida habría sido mucho peor, en mi cuerpo y en mi cabeza. Sé que estoy ganando muchos puntos en la lotería de mi vejez.
Y, a pesar de saber todo esto, todavía muchos días no me apetece empezar. Pero lo hago. Bien por mí.
Salud.
Cada martes cuento cosas que me gustan. No se trata de olvidarme de lo menos agradable y conformarme, sino que busco un relato de mi vida algo más luminoso.
Si te apetece, aquí te espero.
Otras cosas que me gustan:
Me gusta que cumplamos años juntos – Compañero es aquel con quien se comparte el pan (21.01.25)
Me gusta el café en silencio – Mi baile en soledad (14.01.25)
Me gusta guardar el árbol de navidad – La magia existe porque no es cotidiana (07.01.25)
Me gusta cuando aún todo es posible – Justo antes de cruzar al otro lado (31.12.24)